Los relicarios son unas piezas fascinantes donde confluyen arte, religiosidad, fetichismo y cultos ancestrales. A partir del Concilio de Trento se intensifica  su  uso en el ámbito católico y toda iglesia que se precie habría de contar con algún expositor donde mostrar a los fieles las milagrosas reliquias. Podían ser de madera dorada, de orfebrería, antropomorfos o arquitectónicos, por citar algunos tipos. Entre los relicarios más espectaculares encontramos los de El Escorial, donde Felipe II atesoró seguramente la mejor colección de este tipo en su época. El monarca compró cuantas reliquias pudo por la Europa de la Reforma, que no veía con buenos ojos el culto a estos objetos, y las atesoró en dos impresionantes armarios en los testeros de las naves de la Basílica. Más impactante aún puede resultar el relicario del madrileño monasterio de la Encarnación, que vemos en la primera imagen de la galería. Se trata de una habitación bajo el altar de la iglesia acondicionada para albergar hasta 740 reliquias.
En Ecra estamos restaurando dos relicarios del siglo XVII ensamblados a modo de pequeños retablos, similares a los muchos que en su día llenaron las iglesias tras el Concilio de Trento. En ellos se guardan, en vitrinas individuales, trozos de huesos de santos con milagrosas propiedades.
​Como decía, estos relicarios están tratados como retablos, son  pues de madera tallada y dorada al agua. Sobre la madera se disponen una serie de capas de estuco que, convenientemente lijadas, aportan una superficie completamente lisa. Antes de poner el oro se aplica una arcilla, denominada bol, que conforma un estrato tierno y que puede ser lustrado. Al adherir luego el oro con productos al agua, se recupera temporalmente la flexibilidad de la capa de bol, lo que permite bruñir el metal hasta conseguir una superficie con el característico brillo metálico del oro. En estas imágenes que subimos hoy podemos ver el proceso de «embolado», es decir, la aplicación de sucesivas capas de la arcilla que decíamos, diluida en una cola animal.
​Los daños que nos encontramos son los habituales en obras de este tipo. Tanto la madera como los estucos experimentan movimientos de contracción y dilatación con lo que, con el paso del tiempo, las capas dispuestas sobre dicha madera acaban agrietándose. Si a esto le sumamos una incorrecta manipulación, una humedad y temperatura inestables o vete a saber qué otros factores, como accidentes, vandalismo o trabajos de mantenimiento abordados por personas sin preparación, nos encontramos con que se pueden producir daños de diversa gravedad, pudiéndose incluso desprender completamente los estratos de estuco, bol y oro. Esto genera problemas que afectan a la estabilidad de la obra y, por lo tanto, a su preservación, pero también se ve alterada la correcta apreciación de los valores estéticos de las piezas, comprometiendo su puesta en valor.
​En este caso se trata además de piezas de carácter devocional todavía en uso, por lo que tras su paso por el taller, los relicarios han de recuperar el brillo y la presencia con que las directrices tridentinas buscaban conmover al fiel,
En Ecra tenemos una larga experiencia con este tipo de obras y nuestros restauradores trabajan observando siempre la coherencia de los criterios de restauración aplicados en cada procedimiento, empleando materiales estables, reversibles y de máxima calidad.